Que din os rumorosos
na costa verdencente
ao raio transparente
do prácido luar?
Hace siglos que no escribo y ahora siento la necesidad de escribirlo todo. Me gustaría hablar de lo extraña que me siento en estos momentos, de la soledad que viene y se va, de cómo me gusta todo de él, de la imperiosa necesidad de encontrar un hueco estable para mí, de las ganas que siento a veces de limitar mi vida a descubrir la poesía y la fotografía, de la envidia hacia los gatos solitarios, de la felicidad efímera de los días de verano, de cuánto echo de menos su cuerpo cada puta noche, de la desesperación que me produce a veces no tener nada sólido y firme. Es curioso ver cómo todo lo que dejé al irme, ha esperado pacientemente a que volviera para darme ganas de marcharme de nuevo. Hace tiempo que dejé de escuchar los consejos del Universo. Siempre parece que avanzo y nunca me muevo del sitio. No sé si el resto de la gente está perdida. No sé si es natural y normal estarlo. ¿Debería resignarme a sobrevivir en vez de comerme la cabeza por vivir?
Fíjense ustedes: yo comencé escribiendo poesía, como todo el mundo. Pero esto es ya muy extraño: que todo el mundo escriba poesía. Parece lo más espontáneo, lo más inmediato, lo más natural; sin embargo sabemos que no tiene nada de espontáneo, ni de inmediato, ni mucho menos de natural. A lo cual debemos añadir que una actividad tan extendida carece, sin embargo, de relevancia social; leen poesía doscientos poetas que cada año escriben doscientos libros para doscientas editoriales que sólo conocen doscientos poetas.