domingo, 27 de febrero de 2011

Pienso en los asesinos que se santiguan antes de apretar el gatillo. Y pienso en las mujeres que se pintan los labios antes de besar a alguien que no quieren. Pienso en las madres que madrugan y cortan las rebanadas de un bocadillo para un hijo que no es su hijo. Y pienso en el sacerdote desnudo que le tiende un tubo de pasta dentífrica al monaguillo vestido. Pienso en los hombres del tiempo obstinados en predecir un futuro y pienso en los arqueólogos obsesionados con dibujar un pasado sobre la arena. Pienso en los hombres que afilan sus lápices para construir algo y pienso en los hombres que acarician metralla para demolerlo. Pienso en los hombres que comen pan y pienso en los hombres que barren las migas. Pienso en la nobleza de las mujeres y pienso en la nobleza de los hombres y me siento como un hermafrodita comparando dos días nublados. Y pienso, sobretodo, en Dios cascándosela mientras alzamos levemente nuestras cabezas hacia él y sacamos la lengua a la espera de un nuevo día.
¿Queréis escuchar hasta el final? Esto no es un drama; es una farsa, aunque no lo parezca. Si llegamos al final pasará lo de siempre: vosotros os levantaréis para aplaudir, y nosotros saldremos varias veces a saludar, y seremos cómplices de la farsa, de vuestra farsa. Luego volveréis a vuestras casas y todo seguirá igual. Seréis tan corruptos, tan hipócritas, tan mierdas como siempre. Pero tendréis la conciencia tranquila porque sois modernos, porque habéis aplaudido a rabiar una obra de izquierdas muy dura, "durísima tío..." No estáis de acuerdo con el mundo que os ha tocado. Pero no hay salida, no podéis cambiarlo. Hay que aceptar las reglas del juego. Pero vosotros no sois culpables, porque todavía sois capaces de echar una lagrimita por la revolución que no pudo ser. Sois unos farsantes hijos de puta que mereceis mi más profundo desprecio. Durante un año he sido vuestro bufón. Me avergüenza no haber tenido el coraje de hacer esto mucho antes. Me niego a seguir siendo vuestro cómplice. ¡Venga, que siga la farsa! pero a partir de esta noche no contéis conmigo.
Me gusta la palabra milagro, me hace creer, me obliga a vivir. Me empuja hacia la nada, aun precipicio haciéndome creer que si salto levantaré vuelvo, y que no me dolerá nunca más nada. Me gusta el dolor que supone, la extrema necesidad. Tener que arder un poco para merecer un cielo. Me gusta la palabra milagro, me recuerda a mi infancia, me recuerda a mi vejez prematura. Me gusta que por ella haya vuelto hoy aquí. Todos somos pequeños milagros premeditados. Inspiramos carencia eterna que les hace ocurrir y no hace falta ruido, ni que nunca se sepa.
Piensa en toda la gente que te apetece matar.
Cinco.
Diez.
Cien personas.
Al resto del mundo.
Piensa en el asco. En las nauseas. En toda esa gente que no te da las gracias. Que no te mira a los ojos. Que te escupe al hablar. Que habla demasiado alto. Que leen libros de autoayuda. En los franceses que te pisan y dicen "Pardon". En las luces del coche de atrás. En el aliento del hombre que en el metro le dice a tu nuca. Bajas?. Piensa en la prepotencia. En la gente que se santigua. La gente que sorbe la sopa. Que hace ruido al tragar. En los concursantes del cielo. Del infierno. Del limbo. En Paulo Coehlo. En Zoé Valdés. En la gente que pregunta qué te llevarías a una isla desierta. En los presidentes. En los franceses que te pisan y no dicen "Pardon". En las negligencias médicas. En cualquiera que desprecie a una mujer. En los hombres que hunden su polla en niños. En toda esa gente que te produce el mismo asco que el sabor del agua sucia. Entre metálico y salado.